Instituto de

Gustoterapia

Tema 12. Influencia de los factores emocionales en el peso corporal

La alarmante escalada de obesidad en la mayoría de las naciones es un desafío para la salud pública. A pesar de que, a menudo, la percepción social de la obesidad se centra en el aspecto físico, y aunque hay individuos obesos que metabólicamente están sanos, la obesidad amplifica el riesgo de diversas enfermedades, convirtiéndose en un problema global.

Mientras se han realizado numerosas investigaciones sobre la obesidad desde la perspectiva biológica, es esencial analizar también desde el ángulo psicológico. Ya sea como un factor desencadenante o de mantenimiento, la obesidad tiene implicancias psicológicas, especialmente en personas que siguen dietas estrictas o sufren fluctuaciones de peso, lo que puede llevar al desarrollo de trastornos psicológicos.

12.1. Perspectiva amplia sobre la obesidad

El ser humano tiene la capacidad de consumir una amplia variedad de alimentos, desde vegetales y animales hasta ciertos minerales. Las restricciones sociales son generalmente las que limitan nuestra diversa dieta, ya que, por naturaleza, somos omnívoros con un apetito insaciable.

El proceso de acumulación de grasa es una respuesta biológica común en muchos seres vivos, diseñada como mecanismo de defensa ante la falta de alimentos. Neel (1962) sugirió la teoría de un «gen ahorrador», aunque esta hipótesis aún no ha sido confirmada. En cambio, la ausencia de la enzima uricasa, que está presente en todos los mamíferos excepto en los humanos y grandes simios, podría explicar este comportamiento ahorrador. Esta característica fue una ventaja evolutiva para nuestros antepasados, pero en la sociedad actual, donde la comida es abundante, nos predispone a la obesidad.

En el mundo moderno, nos hallamos como seres principalmente sedentarios, rodeados de un exceso de alimentos, lo que facilita el surgimiento de la obesidad. Esta se define como una «acumulación excesiva de grasa que puede dañar la salud» (Organización Mundial de la Salud, OMS, 2010). Se reconoce como un problema con múltiples causas, entre las que se incluyen el entorno, la nutrición y la genética (Bray & Macdiarmid, 2000). A nivel médico, la obesidad se categoriza como una condición de salud en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10). Aunque el DSM-5 no la considera un trastorno mental, se reconoce que factores psicológicos pueden influir en su aparición y progresión (American Psychiatric Association, 2013).

12.2. Dimensiones psicológicas de la obesidad

La personalidad juega un papel crucial en la aparición de la obesidad. Conforme a investigaciones de la Asociación Americana de Psicología, aquellos individuos obesos con alto grado de neuroticismo y escasa responsabilidad (tipo de personalidad A) tienden a experimentar variaciones en su peso a lo largo de su vida. La impulsividad se destaca como el principal indicador del exceso de peso. La constancia en una dieta equilibrada y actividad física es esencial para mantener un peso adecuado, un desafío para aquellos con alta impulsividad (Sutin et al., 2011).

Otro determinante en la obesidad es el estrés (Bennett, Greene & Schwartz-Barcott, 2013). Aunque el estrés agudo puede reducir el apetito, cuando se convierte en crónico, provoca la liberación de cortisol por las glándulas adrenales, aumentando el deseo de consumir alimentos ricos en grasas y azúcares. Estos alimentos suelen calmar el sistema límbico. Además, el estrés puede llevar a patrones de sueño irregulares, menor actividad física y un mayor consumo de alcohol, factores que contribuyen al aumento de peso (Harvard Health Publications, 2012).

La «ingesta emocional» es un comportamiento donde el individuo consume alimentos para aliviar emociones negativas como tristeza, miedo o aburrimiento (Mayo Clinic, 2012). Sin embargo, algunos estudios sugieren que, aunque la ansiedad puede inducir a comer en exceso, emociones como la ira no tienen el mismo efecto (Schneider et al., 2010). Además, la depresión es otra dimensión emocional vinculada a la obesidad, ya que las actitudes negativas hacia las personas con sobrepeso pueden generar baja autoestima y desencadenar una depresión reactiva, en especial en mujeres de mediana edad (Simon et al., 2008).

12.3. Dimensiones conductuales

La obesidad es un desafío multifacético que abarca, entre otros elementos, dos acciones primordiales: el consumo excesivo y la inactividad física.

Con el lema «el tiempo es oro», las culturas occidentales o influenciadas por Occidente están inundadas por una «solución» que motiva al individuo a satisfacer sus requerimientos alimenticios con comestibles rápidos. Estos productos ofrecen una solución momentánea, interrumpiendo brevemente la rutina sin afectar significativamente la productividad.

Del mismo modo, la presión laboral ligada a la búsqueda constante de eficiencia ha llevado a la reducción del tiempo dedicado al descanso, lo que puede alterar las hormonas reguladoras del apetito, incrementar la ingesta, disminuir el consumo energético y modificar la estructura corporal hacia una mayor acumulación de grasa (Knutson et al., 2007; Morselli et al., 2010).

Adicionalmente, los avances tecnológicos propios del progreso social han introducido otra variable en la etiología de la obesidad: la inactividad. Las actividades diarias, ya sean académicas, laborales o recreativas, cada vez más se realizan frente a dispositivos electrónicos. Esta vida sedentaria, a menudo acompañada de la ingesta de comestibles calóricos y nutricionalmente pobres, sienta las bases para el aumento de peso en culturas donde el acto de consumir es tan gratificante como el mismo producto adquirido.

Comer como conducta automática

Las acciones instintivas son aquellas que se ejecutan sin una guía cognitiva deliberada. Alimentarse se presenta como un acto instintivo, que se desarrolla de manera incontrolable desde un punto de vista objetivo e inconsciente en relación con el estímulo que provoca dicha respuesta. Aunque, en ciertos momentos, este comportamiento pueda ser controlado conscientemente. Aquellos que intentan regular su consumo de alimentos, a menudo enfrentan dificultades, ya que supervisar un acto instintivo demanda un gran esfuerzo y cualquier éxito alcanzado tiene restricciones, tanto por su duración como por su propia naturaleza. Las personas, en general, no están conscientes del estímulo que desencadena la reacción ni de la acción de comer en sí misma (Cohen & Farley, 2008).

12.4. Adicción a la comida

Al igual que otros desórdenes vinculados al placer excesivo, es indiscutible que requerimos de la comida para subsistir. La idea de «dependencia alimentaria» ha ido cobrando relevancia y se sustenta en una notable disminución de dopamina en individuos con obesidad (Mahapatra, 2010). Específicamente, se ha identificado una correlación entre la emergencia de la obesidad y el incremento de activación en el circuito de gratificación ante estímulos alimentarios, así como una disminución de la activación en regiones inhibidoras tras la ingesta (Gearhardt, 2011). Por esta compulsión alimentaria interna, la persona con obesidad lleva a cabo comportamientos de exceso en la ingesta, siendo atraída por la sensación de bienestar debido a la liberación de dopamina. Esta sensación placentera pronto da paso a sentimientos de desilusión y auto-reproche por su estado físico; para aliviar ese descontento, recurre nuevamente al acto que sabe le devolverá ese bienestar. Debido a sus rasgos, la «dependencia a los alimentos» se asemeja a una descripción fenotípica (Ziauddeen & Fletcher, 2012) que sólo se manifiesta en ciertos patrones alimenticios, especialmente en el trastorno por atracón y en personalidades impulsivas (Murphy, Stojek, & MacKillop, 2014), sin abarcar totalmente la complejidad de la situación (Jauch-Chara & Oltmanns, 2014).

12.5. Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)

A pesar de ser relativamente poco comunes, estos desórdenes frecuentemente se relacionan con otras afecciones psicológicas y a menudo no se les presta la atención adecuada. Se distinguen por una perturbación constante en la alimentación o en el comportamiento relacionado con la comida, que lleva a una ingesta o absorción anormal de alimentos y que afecta gravemente la salud física o el bienestar psicosocial. El DSM-5 ofrece los criterios para diagnosticar la pica, el trastorno de rumiación, el trastorno de evitación/restricción de la ingesta de alimentos, la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y el trastorno por ingesta compulsiva (American Psychiatric Association, 2013).

Dentro de los TCA, destaca el Trastorno por Ingesta Compulsiva, que se manifiesta por episodios reiterados donde la persona experimenta una falta de control sobre su alimentación (Hudson, Hiripi, Pope, & Kessler, 2007) y consume alimentos en cantidades considerablemente grandes, sintiendo una imperiosa necesidad de hacerlo o creyendo que no puede evitar el episodio (Pollert et al., 2012). A diferencia de otros trastornos, no se lleva a cabo una acción compensatoria posterior a estos episodios, por lo que con el paso del tiempo, la persona puede enfrentar sobrepeso u obesidad.

 
Efectos emocionales

La obesidad se relaciona con una elevación de sentimientos negativos, manifestados en emociones como desesperación, enojo, aversión, temor y humillación. Esta relación se ve intensificada por el estigma social. Aunque la respuesta varía de un individuo a otro, los impactos emocionales secundarios más frecuentes de la obesidad incluyen una reducida autoestima, déficits en habilidades sociales, percepción distorsionada de la imagen corporal, estados depresivos, ideación suicida y autocritica (Puhl, Luedicke, & Heuer, 2013). Estos efectos también difieren según el género. Mientras muchos hombres no sienten tan profundamente los inconvenientes sociales del sobrepeso, a las mujeres les afecta considerablemente en su autoestima y bienestar (Carraça et al., 2011), siendo más propensas a padecer trastornos alimenticios como anorexia o bulimia.

Alexitimia: se refiere a una tendencia cognitiva marcada por la incapacidad para expresar y distinguir sentimientos. En el contexto de la obesidad, la alexitimia y la psicopatología están estrechamente vinculadas, especialmente en el pensamiento operativo (Fukunishi, 1997; Muller, 2000). En el trastorno por ingesta compulsiva (BED), existe una relación de comorbilidad entre características de alexitimia y trastornos del eje I / II, principalmente alto neuroticismo y niveles reducidos de extraversión y apertura (Carano et al., 2006; Pinna et al., 2011; Hosseinzade et al., 2013). Las personas con alexitimia y BED tienden a mostrar insatisfacción con su imagen y síntomas depresivos más acentuados.

Ansiedad y depresión: entre adultos con sobrepeso, el tamaño de la cintura se relaciona con una mayor probabilidad de manifestar síntomas de depresión severa (Zhao et al., 2011). Esto podría estar vinculado a alteraciones metabólicas en el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal (Rivenes, Harvey, & Mykletun, 2009). La relación varía dependiendo del grupo étnico (Anderson et al., 2011). Es vital destacar la correlación inversa entre la obesidad y el nivel socioeconómico y cómo la actividad social y física juegan un papel crucial en la prevalencia de trastornos depresivos y ansiosos en obesos (de Wit et al., 2010). Sin embargo, hay que tener presente que la correlación no implica causalidad, por lo que la ansiedad y depresión pueden ser tanto factores de riesgo para la obesidad como consecuencias de la misma.

Aspectos cognitivos

La relación del ser humano con la alimentación abarca dimensiones cognitivas que incluyen percepciones, recuerdos, pensamientos, emociones, costumbres alimenticias y la conexión del individuo con la comida desde sus primeros años.

Desde una perspectiva neurocognitiva, es notable que las personas obesas pueden mostrar una reducida activación cerebral en zonas ligadas a la atención y el procesamiento de estímulos. Esto podría sugerir una falta de evaluación objetiva de estímulos debido a una respuesta hedonista especialmente intensa.

Esquemas Maladaptativos Iniciales (EMI): Los esquemas son estructuras que representan cómo una persona concibe la realidad y cómo reacciona ante ella. Estos «modelos cognitivos y emocionales destructivos se originan en las primeras etapas de vida y persisten a lo largo de ella» (Young & Klosko, 2006, p. 7). Los esquemas de abandono, inestabilidad y privación emocional, combinados con un autocontrol deficiente, son cruciales para distinguir a las personas obesas con trastorno por atracones de aquellas que no lo tienen (Mouloudi et al., 2010).

Algunos elementos de la identidad colectiva en personas obesas se vinculan con los EMI, especialmente en el esquema de Autosacrificio. Los estilos de socialización de las personas obesas suelen estar influenciados por EMI de Aislamiento Social y Privación Emocional para eludir la humillación, mientras que su identidad social y sus relaciones están mediadas mayormente por esquemas de Abandono/Inestabilidad y Expectativas Elevadas (Poursharifi et al., 2011).

Locus de control: Se refiere a cómo las personas perciben su capacidad para influir en los eventos que les impactan; este locus puede ser interno o externo. En personas obesas, el locus de control se asocia más con su bienestar mental que con su peso. Se ha encontrado que el comportamiento de personas de peso normal y de aquellos que han mantenido una pérdida de peso está guiado por factores internos, mientras que el de las personas obesas está influenciado principalmente por estímulos externos (Younger & Pliner, 1976).

Creencias irracionales: Son pensamientos dogmáticos, ilógicos y sin respaldo empírico que influyen en la respuesta emocional y comportamental del individuo (Daniel et al., 2010). Las justificaciones que utiliza una persona obesa para mantener su condición son variadas. Las creencias más frecuentes en personas obesas durante el tratamiento incluye absolutismo, pensamiento polarizado, enfoque negativo, generalizaciones excesivas, catastrofismo, autocrítica y postergación.

Autoestima: Evoluciona conforme adquirimos una imagen propia basada en nuestras interacciones y experiencias. En personas obesas, la autoestima está ligada al IMC durante la infancia y adolescencia. Un IMC elevado suele relacionarse con una autoestima baja, siendo más pronunciado en mujeres adolescentes.

Percepción: estudios basados en neuroimágenes (NRI) con el propósito de entender los fundamentos de la relación entre el cuerpo y el apetito, ante los estímulos visuales y olfativos de los alimentos en sujetos obesos, sugieren la existencia de anomalías en una serie de regiones implicadas en la recompensa, motivación, emoción, memoria, regulación homeostática de la ingesta, procesamiento sensorial y motor, control cognitivo y atencional. Adicionalmente, el giro frontal medio puede modular las respuestas viscerales a los estímulos afectivos en un contexto altamente emotivo. Aunque no es posible inferir las funciones cognitivas desde la activación del cerebro, sí podría inferirse la asociación de estos estímulos con esfuerzos cognitivos para restringir la ingesta.

Percepción visual: los adultos obesos tienen un sesgo atencional visual hacia imágenes referidas a alimentos . Ante la simple estimulación visual estos individuos activan regiones relacionadas con la recompensa anticipada y el aprendizaje de hábitos (cuerpo estriado dorsal). Algunas de las activaciones observadas (cuerpo estriado dorsal, córtex orbitofrontal) es probable que sean mediadas por la dopamina (Rothemund et al., 2007). Esta activación es independiente de estados de hambre y saciedad, y por lo tanto puede contribuir a comer en exceso y posiblemente derivar en obesidad patológica .

12.6. Memoria y obesidad

Es claro que la prevalencia de obesidad tiende a incrementar con la edad, en parte por la reducción en los niveles de leptina circulante. Esta hormona está ligada a la sensación de saciedad, y su disminución puede conducir a un aumento en el consumo de alimentos, incrementando así el riesgo de obesidad. Esto tiene un impacto adverso en la función de las redes neuronales sensibles a la leptina. Dado que el hipocampo desempeña un papel clave en los procesos mnemónicos que se ven afectados en el Déficit Atencional (DA), hay evidencia que sugiere que la leptina podría tener un papel relevante en el desarrollo del DA.

Aunque se ha detectado una relación inversamente proporcional entre el IMC y la cognición, esta relación no parece cambiar con la edad. Sin embargo, se ha observado que un IMC elevado en la edad avanzada podría estar vinculado a un desempeño cognitivo más bajo en áreas como el coeficiente intelectual, habilidades cognitivas generales y habilidades verbales (Cournot et al., 2006; Dahl et al., 2009). No se ha visto esta relación en áreas como la velocidad de procesamiento o en memoria. Por otro lado, un estudio distinto indica que los índices elevados de obesidad se correlacionan con un desempeño reducido en tareas de memoria.

 

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